REPRODUCTOR DE MUSICA

domingo, 31 de marzo de 2013

JUVENTUD NUNCA VIVIDA


Juventud nunca vivida

Por ese sol que ayer le acunaba el sueño al Cristo de la Buena Muerte se estaba yendo la Semana Santa que no había empezado. No era un sol de poderío ni un sol de promesa de días que vienen augurando la felicidad. Era un sol de tristeza en la primavera sin azahares, una luz que llega tarde a la cita y deja en los labios el sabor dulcísimo de un palio entre la cal que se habrá marchado antes de que se le pueda ver todas las horas que el corazón necesita. Era un sol a destiempo vistiendo de dulzura una tarde a la que la belleza no le podía quitar el dolor de ser la última, la tristeza de tener que leer el epílogo de un libro con las páginas en blanco.
Como un hombre que empieza a peinar canas cuando mira atrás y se da cuenta de que entre libros y responsabilidades, entre dudas y desánimos, se le ha escapado la juventud y no ha probado la vida; como una mujer que agotó sus mejores años entre convenciones y visillos y se marchitó sin beberse las calles, la Semana Santa se ha escapado con la miel dulce de lo que se ha perdido. Quizá hubiera sido menos duro que se marchara con los charcos y las luces quietas de las iglesias que con el sol radiante, como irónico, que iba cayendo entre los naranjos.
Subía el Señor y caminaba como si hubiera miedo a despertarle, y en cada paso estaban aquellas imágenes que no se movieron de sus iglesias, la Caridad a la que ni siquera se pudo ver con la candelería encendida. De lejos era como esas cofradías quietas de las que costaba arrancarse, como los pasos del Calvario, exactos en su clasicismo, de los que tanto se lamentó que no se pudieran levantar y nacer a la tarde imposible. Los cipreses de la Catedral, altos como la cruz, contaban que otra vez se quedaron esperando a la Virgen del Rosario y que no bajó tampoco el Señor de la Santa Faz.
Era una tarde como aquella no pudo salir la Virgen de los Dolores y al oír el crujido de la madera había que dar gracias por ver al Cristo de la Buena Muerte a la luz del sol de Córdoba, pero la que ayer terminaba no era una Semana Santa de sensaciones agolpadas que había que ordenar al llegar el Lunes de Pascua, sino de una emoción que se filtró con un cuentagotas cicatero.
En el ruido de las bellotas de los flecos contra los varales estaba la elegía por no haber visto a la Virgen de las Lágrimas salir de San Pedro, en el oro bordado venían hilos de Gracia y Amparo y en la candelería tupida un recuerdo de la Estrella. Y hasta había tiempo para acordarse de aquel penitente del Sepulcro, descalzo por la húmeda calle de la Feria, ejemplar en el camino y enseñando a su hijo cómo es un nazareno.
Sí, la vida, como dijo el poeta, es una semana, y empieza a terminar en la mañana plena del Domingo de Ramos, y se consuma del todo cuando llega el Señor en el mismo sepulcro al que tendremos que acompañarle para resucitar con Él. La vida de esta semana se marchó sin apenas vivirla, sin mucho más que pies fríos y túnicas que no se manchan, como una juventud que se ha pasado y no por la culpa de quien luchó por vivir y no pudo. Ojalá que la Reina de los Mártires nos regale otro año de esta juventud nunca vivida.
(Articulo publicado en el Diario ABC Córdoba 31/03/2013)

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