El Cristo de la Buena Muerte preside el rezo de las estaciones que por primera vez se hace por las calles, y no sólo en la Catedral, en una tarde marcada por la solemnidad y la visita a media docena de templos y hermandades
Como si el día hubiera sido un símbolo de la primavera que se abre después de un largo invierno de fríos, oscuridad y lluvia, el sol terminó ganándole la partida al agua para fojar una tarde cuaresmal plena del presentimiento de la cercanía de la Semana Santa.
El sol, siempre pendiente de la historia, no parecía querer perderse la oportunidad de bañar con su luz declinante, tan querida para las hermandades, la oportunidad de bañar el cuerpo del Cristo de la Buena Muerte, que ayer presidió un Via Crucis de las cofradías marcado por lo excepcional y por la apuesta por un nuevo modelo, ideado por la hermandad pero que bien podría ser el definitivo.
Poco después de las cinco y media de la tarde, y después de un día incierto mirando al cielo, traspasó el Crucificado la puerta de San Hipólito y se sumergió en la luz vespertina, algo insólito para una imagen que sale a medianoche en Semana Santa y a última hora de la tarde en el Via Crucis habitual de su cofradía.
Con él, otra excepción, la música de un quinteto de viento que interpretó catorce saetillas dedicadas al Santísimo Cristo de la Buena Muerte, una adaptación de un soneto de Goy de Silva con la participación de una soprano, e incluso una versión de la marcha procesional «Salve Regina Martyrum».
Iba el Señor a hombros de sus hermanos, con una pequeña ofrenda floral en el tramo inferior del travesaño vertical de la Cruz. La luz y la música eran de los pocos elementos que confirmaban que no era Madrugada. Aunque no estuvieran vestidos con el hábito negro y el cinturón de esparto, los hermanos de la cofradía estaban obligados a guardar la misma severidad y compostura con que se comportan cuando hacen la estación de penitencia en las primeras horas de la Madrugada del Viernes Santo.
Atmósfera
No era un traslado a la Catedral para hacer el Via Crucis, porque las estaciones comenzaron en el camino de ida y terminaron en el de vuelta. En el recorrido hacia el templo, el Cristo de la Buena Muerte iba haciendo estaciones en distintas iglesias donde esperaban sus cofradías: a la ida, Sentencia en San Nicolás, Santa Faz en la Trinidad y Perdón en San Roque. Se conseguía así una atmófera de recogimiento y de espiritualidad para todo el cortejo.
A las 19.00 llegó el cortejo a la Catedral, donde se rezaron seis de las estaciones y se emprendió el camino de vuelta. Era el momento para reparar en las ausencias institucionales. La peregrinación de la diócesis a Tierra Santa ha coincidido con los primeros días de esta Cuaresma y no estaban ni el obispo, Demetrio Fernández (aunque sí el vicario general de Pastoral, Joaquín Alberto Nieva), ni el presidente de la Agrupación de Cofradías, Juan Villalba. De las últimas cinco ediciones del Via Crucis, sólo en una, la de 2008, se ha contado con la presencia de un obispo de Córdoba, en aquella ocasión Juan José Asenjo.
Los fieles se habían ido incorporando al cortejo del Cristo de la Buena Muerte a medida que se acercaba a la Catedral, donde su cofradía ha hecho estación desde 1990. En el recorrido por el bosque de columnas no faltaría quien buscase la famosa celosía que hay que retirar para abrir la segunda puerta ni quien se preguntase por los miramientos con la moderna instalación.
Tras rezar seis estaciones en el templo, una de ellas junto al altar mayor en que otras veces se celebró la Eucaristía, comenzó la vuelta, que se hizo pasando por la plaza del Cardenal Salazar, donde recibió la Hermandad Universitaria, la Trinidad, donde estaba en esta ocasión el Via Crucis, y la calle Concepción, donde se hizo una estación con las Penas. Al llegar a San Hipólito se celebró una misa con que se terminó el ejercicio.
(Articulo publicado en el Diario ABC de Córdoba)
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